LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
Rubén Darío, 1905
Este espacio es para compartir cuentos, relatos y versos para reflexionar especialmente sobre los problemas que nos aquejan a los esquizoides. También algunos temas de psicología que me ayudaron a conocerme y encontrar caminos para crecer. Tal vez me anime a contarles un poco de mí, de mis experiencias y dudas. El tiempo lo dirá...
viernes, 28 de febrero de 2014
miércoles, 12 de febrero de 2014
¿Por qué no quiero estar con otros?
El otro día leí que a los depresivos se les suele decir: "Anímate", "No te preocupes tanto", etc. como si pudieran hacerlo, como si la depresión fuera elección suya. Esto es (continuaba diciendo el texto) como si a un enfermo se le dijera: "Baja ya la fiebre", "¿Por qué tienes tanto dolor de cabeza? Déjalo".
Con los esquizoides pasa lo mismo. Nos dicen: "Tienes que salir más, así conoces gente nueva", "No seas tan aburrido (o aburrida), diviértete un poco", etc. No comprenden que conocer gente nueva no va a despertar en nosotros el deseo de ser amigos y que si no nos divertimos más es porque sus bromas, sus charlas y fiestas nos resultan aburridas. No hay forma de reírte si un chiste no te hace gracia.
¿Cómo explicar lo que sentimos?
Si a alguno de ustedes de chicos lo obligaron a estudiar piano o guitarra, aunque tú les decías a tus padres que la música no era para ti. O si te obligaron a practicar fútbol o voley, a pesar de que sabían que odiabas los deportes. Entonces puedes darte una idea.
Imagina que se acerca la hora de tu clase de música. Piensas: "Ay, nooo. Tengo que ir a música". Miras el cielo nublado y te dices: "Seguro que se larga a llover en el camino y me empapo", o si hay sol "¡Qué día hermoso y yo tengo que encerrarme con esa vieja odiosa!". Pasan los minutos y te das cuenta que se hizo tarde. Ya se escuchan los gritos de tu madre: "¿Todavía estás acá? Vas a llegar tarde de nuevo". Arrastrándote tomas tus cosas y te marchas. Al llegar la profesora te pregunta: "¿Practicó lo que le mandé?" y piensas "¿No es suficiente tortura el tiempo que paso acá adentro?". Empiezas con los ejercicios y sientes que tus dedos son los más torpes del mundo. Tu mente vuela... No puedes concentrarte. Ni siquiera oyes las indicaciones que te dan. Aguantas lo mejor que puedes, pero llega un momento en que empiezas a mirar el reloj cada 2 minutos. Lo único que puedes pesar es "¿Cuánto falta para irme?".
Otro caso. Tienes que ir a práctica de rugby, o hockey, o lo que sea. Todavía te duelen todos los músculos desde la otra vez. Piensas que te ves ridículo con el uniforme: ¿A quién vas a engañar? No tienes físico para eso. Tratas de animarte diciéndote que es bueno practicar deportes y te repites todas las palabras que te dicen tus padres cada vez que les pides que no te obliguen a seguir con esto. Llegas y ves los rostros sonrientes de los demás y tratas de imitar una sonrisa para no desentonar. Como de costumbre empezamos con calentamiento: ¿Hay algo más aburrido? ¿Otra vuelta a la cancha? ¿Qué diferencia hay en una vuelta más o una vuelta menos? Se dividen en dos grupos para jugar y ya te imaginas las caras de tus compañeros cuando vean que les tocó jugar contigo. Te propones hacer tu mejor esfuerzo. No quieres ser el centro de todas las burlas y enojo. El entrenador grita sus tonterías de siempre. Se supone que eso anima al equipo. Soportas que te pisen y te den un codazo en el ojo sin demostrar que te duele (a nadie más parecen dolerle los golpes de sus compañeros). Corres hasta que te falta el aire. Estás todo sudado. Es inútil. Al final te das cuenta que solo perdiste tu tiempo.
Poniéndose en la piel de un esquizoide
Tal vez la descripción fue exagerada. La intención era que pudieras imaginar de la manera más vívida lo que experimenta esa chica o chico.
Ahora imaginen esa misma frustración de ser obligados a estudiar algo que no te gusta, a practicar algo que detestas. Te obligan a visitar a tu abuela o primos y eso significa aprender las normas sociales, los códigos implícitos que manejan los otros y a los que tú no les encuentras sentido. Se supone que debes divertirte, pero solo puedes ver lo negativo. Ante la sola idea de tener que dejar las cosas que te gustan para ir a ver a esas personas que no te entienden, te pones molesto, empiezas a inventar excusas, te enfocas en los malos recuerdos de experiencias anteriores.
A veces tratas de convencerte que es bueno ser sociable, que algún día te servirá. Pero luego te das cuenta que no estás hecho para eso, que te ves ridículo representando el papel de "chico normal", tratando de imitar los sentimientos que no tienes. Sabes que no puedes ser natural cuando estás con otros. Eso significaría poner mala cara, ignorarlos abiertamente, o decirles con fastidio que se callen... y luego vendrían las represalias. Ya pasaste por ello.
Por más que te esfuerces nunca serás un músico o un deportista si no naciste para eso: si no tienes talento ni te gusta. Por más que te esfuerces nunca serás sociable y divertido si naciste esquizoide.
Con los esquizoides pasa lo mismo. Nos dicen: "Tienes que salir más, así conoces gente nueva", "No seas tan aburrido (o aburrida), diviértete un poco", etc. No comprenden que conocer gente nueva no va a despertar en nosotros el deseo de ser amigos y que si no nos divertimos más es porque sus bromas, sus charlas y fiestas nos resultan aburridas. No hay forma de reírte si un chiste no te hace gracia.
¿Cómo explicar lo que sentimos?
Si a alguno de ustedes de chicos lo obligaron a estudiar piano o guitarra, aunque tú les decías a tus padres que la música no era para ti. O si te obligaron a practicar fútbol o voley, a pesar de que sabían que odiabas los deportes. Entonces puedes darte una idea.
Imagina que se acerca la hora de tu clase de música. Piensas: "Ay, nooo. Tengo que ir a música". Miras el cielo nublado y te dices: "Seguro que se larga a llover en el camino y me empapo", o si hay sol "¡Qué día hermoso y yo tengo que encerrarme con esa vieja odiosa!". Pasan los minutos y te das cuenta que se hizo tarde. Ya se escuchan los gritos de tu madre: "¿Todavía estás acá? Vas a llegar tarde de nuevo". Arrastrándote tomas tus cosas y te marchas. Al llegar la profesora te pregunta: "¿Practicó lo que le mandé?" y piensas "¿No es suficiente tortura el tiempo que paso acá adentro?". Empiezas con los ejercicios y sientes que tus dedos son los más torpes del mundo. Tu mente vuela... No puedes concentrarte. Ni siquiera oyes las indicaciones que te dan. Aguantas lo mejor que puedes, pero llega un momento en que empiezas a mirar el reloj cada 2 minutos. Lo único que puedes pesar es "¿Cuánto falta para irme?".
Otro caso. Tienes que ir a práctica de rugby, o hockey, o lo que sea. Todavía te duelen todos los músculos desde la otra vez. Piensas que te ves ridículo con el uniforme: ¿A quién vas a engañar? No tienes físico para eso. Tratas de animarte diciéndote que es bueno practicar deportes y te repites todas las palabras que te dicen tus padres cada vez que les pides que no te obliguen a seguir con esto. Llegas y ves los rostros sonrientes de los demás y tratas de imitar una sonrisa para no desentonar. Como de costumbre empezamos con calentamiento: ¿Hay algo más aburrido? ¿Otra vuelta a la cancha? ¿Qué diferencia hay en una vuelta más o una vuelta menos? Se dividen en dos grupos para jugar y ya te imaginas las caras de tus compañeros cuando vean que les tocó jugar contigo. Te propones hacer tu mejor esfuerzo. No quieres ser el centro de todas las burlas y enojo. El entrenador grita sus tonterías de siempre. Se supone que eso anima al equipo. Soportas que te pisen y te den un codazo en el ojo sin demostrar que te duele (a nadie más parecen dolerle los golpes de sus compañeros). Corres hasta que te falta el aire. Estás todo sudado. Es inútil. Al final te das cuenta que solo perdiste tu tiempo.
Poniéndose en la piel de un esquizoide
Tal vez la descripción fue exagerada. La intención era que pudieras imaginar de la manera más vívida lo que experimenta esa chica o chico.
Ahora imaginen esa misma frustración de ser obligados a estudiar algo que no te gusta, a practicar algo que detestas. Te obligan a visitar a tu abuela o primos y eso significa aprender las normas sociales, los códigos implícitos que manejan los otros y a los que tú no les encuentras sentido. Se supone que debes divertirte, pero solo puedes ver lo negativo. Ante la sola idea de tener que dejar las cosas que te gustan para ir a ver a esas personas que no te entienden, te pones molesto, empiezas a inventar excusas, te enfocas en los malos recuerdos de experiencias anteriores.
A veces tratas de convencerte que es bueno ser sociable, que algún día te servirá. Pero luego te das cuenta que no estás hecho para eso, que te ves ridículo representando el papel de "chico normal", tratando de imitar los sentimientos que no tienes. Sabes que no puedes ser natural cuando estás con otros. Eso significaría poner mala cara, ignorarlos abiertamente, o decirles con fastidio que se callen... y luego vendrían las represalias. Ya pasaste por ello.
Por más que te esfuerces nunca serás un músico o un deportista si no naciste para eso: si no tienes talento ni te gusta. Por más que te esfuerces nunca serás sociable y divertido si naciste esquizoide.
martes, 4 de febrero de 2014
Las capas de la cebolla
Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás
Michel Eyquem de Montaigne
Es característico del ser humano adaptar su comportamiento a las circunstancias. Es por eso que no somos siempre la misma persona: actuamos diferentes roles que muestran solamente una faceta de nosotros. Así es que somos uno en el trabajo, otro en casa, otro con los amigos, incluso cambiamos hasta el tono de voz de acuerdo a la persona con la que hablamos. Son como máscaras que nos ponemos para ser socialmente aceptados.
A veces andamos por la vida ocultos con tantas máscaras como las capas de la cebolla que resulta muy difícil descubrir el auténtico yo.
En los esquizoides esta característica es llevada al extremo. Mikel Martínez, en su página esquizoide.net lo expresa así:
Les propongo la lectura de un cuento para seguir pensando sobre el tema.
El cuento de la cebolla
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles y frutales, y toda clase de plantas. Como todos los huertos tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros. De pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de algunas investigaciones sobre la causa de ese resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el corazón, una piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquélla una esmeralda...
¡Una maravilla! Por alguna incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerable, inadecuado y vergonzoso...
Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que esconder sus piedras preciosas en capas y capas cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro, hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar. Pasó entonces por allí un sabio al que le gustaba sentarse a la sombra de los árboles del huerto y que, sabía tanto, que entendía hasta el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntar una por una:
-¿Por qué no eres como eres por dentro?
Y ellas iban respondiendo:
-Me obligaron a ser así.
-Me fueron poniendo capas...
-Incluso me puse algunas para que no dijeran... Algunas tenían hasta diez capas y casi no se acordaban de por qué se pusieron las primeras.
Al final, el sabio se puso a llorar; y, cuando la gente le vio llorando pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas inteligentes: Por eso, aún hoy, todos siguen llorando cuando una cebolla nos abre el corazón.
Michel Eyquem de Montaigne
Es característico del ser humano adaptar su comportamiento a las circunstancias. Es por eso que no somos siempre la misma persona: actuamos diferentes roles que muestran solamente una faceta de nosotros. Así es que somos uno en el trabajo, otro en casa, otro con los amigos, incluso cambiamos hasta el tono de voz de acuerdo a la persona con la que hablamos. Son como máscaras que nos ponemos para ser socialmente aceptados.
A veces andamos por la vida ocultos con tantas máscaras como las capas de la cebolla que resulta muy difícil descubrir el auténtico yo.
En los esquizoides esta característica es llevada al extremo. Mikel Martínez, en su página esquizoide.net lo expresa así:
El esquizoide presenta un comportamiento (máscara) característico, definido como
- insociable
- emocionalmente frío
- falto de disfrute en las relaciones interpersonales
- no se siente feliz en su propia familia
- solitario
- de baja libido
- anhedónico
- sin amigos
Cuando en la intimidad el esquizoide se siente libre de la presión del medio social ,
entonces puede sacar la parte oculta de su personalidad,
la otra máscara. Entonces podemos ver a una persona…
- sensible
- que disfruta de relaciones sociales
- emotivo
- con disfrute moderado de su libido
- motivado y activo en sus aficiones
- con sitio para algún amigo
- a veces creativo
- productivo, constante en sus objetivos
A veces, viendo en mí estas características, me han dicho:
“…pero tú no eres esquizoide?”
Y yo: “Lo soy, pero de grado medio-bajo. Voy por la vida
con la máscara esquizoide, pero a veces en la intimidad
me gusta disfrutar con mi otra máscara…Yo soy las dos cosas,
yo tengo esas dos máscaras.”
Les propongo la lectura de un cuento para seguir pensando sobre el tema.
El cuento de la cebolla
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles y frutales, y toda clase de plantas. Como todos los huertos tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros. De pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de algunas investigaciones sobre la causa de ese resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el corazón, una piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquélla una esmeralda...
¡Una maravilla! Por alguna incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerable, inadecuado y vergonzoso...
Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que esconder sus piedras preciosas en capas y capas cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro, hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar. Pasó entonces por allí un sabio al que le gustaba sentarse a la sombra de los árboles del huerto y que, sabía tanto, que entendía hasta el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntar una por una:
-¿Por qué no eres como eres por dentro?
Y ellas iban respondiendo:
-Me obligaron a ser así.
-Me fueron poniendo capas...
-Incluso me puse algunas para que no dijeran... Algunas tenían hasta diez capas y casi no se acordaban de por qué se pusieron las primeras.
Al final, el sabio se puso a llorar; y, cuando la gente le vio llorando pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas inteligentes: Por eso, aún hoy, todos siguen llorando cuando una cebolla nos abre el corazón.
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