martes, 4 de febrero de 2014

Las capas de la cebolla

Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás
Michel Eyquem de Montaigne


Es característico del ser humano adaptar su comportamiento a las circunstancias. Es por eso que no somos siempre la misma persona: actuamos diferentes roles que muestran solamente una faceta de nosotros. Así es que somos uno en el trabajo, otro en casa, otro con los amigos, incluso cambiamos hasta el tono de voz de acuerdo a la persona con la que hablamos. Son como máscaras que nos ponemos para ser socialmente aceptados.

A veces andamos por la vida ocultos con tantas máscaras como las capas de la cebolla que resulta muy difícil descubrir el auténtico yo.

En los esquizoides esta característica es llevada al extremo. Mikel Martínez, en su página esquizoide.net lo expresa así:

El esquizoide presenta un comportamiento (máscara) característico, definido como
- insociable
- emocionalmente frío
- falto de disfrute en las relaciones interpersonales
- no se siente feliz en su propia familia
- solitario
- de baja libido
- anhedónico
- sin amigos

Cuando en la intimidad el esquizoide se siente libre de la presión del medio social ,
entonces puede sacar la parte oculta de su personalidad,
la otra máscara. Entonces podemos ver a una persona…
- sensible
- que disfruta de relaciones sociales
- emotivo
- con disfrute moderado de su libido
- motivado y activo en sus aficiones
- con sitio para algún amigo
- a veces creativo
- productivo, constante en sus objetivos

A veces, viendo en mí estas características, me han dicho:
“…pero tú no eres esquizoide?”

Y yo: “Lo soy, pero de grado medio-bajo. Voy por la vida
con la máscara esquizoide, pero a veces en la intimidad
me gusta disfrutar con mi otra máscara…Yo soy las dos cosas,
yo tengo esas dos máscaras.”


Les propongo la lectura de un cuento para seguir pensando sobre el tema.

El cuento de la cebolla

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles y frutales, y toda clase de plantas. Como todos los huertos tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros. De pronto, un buen día, empezaron a nacer unas cebollas centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.

Después de algunas investigaciones sobre la causa de ese resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el corazón, una piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquélla una esmeralda...
¡Una maravilla! Por alguna incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerable, inadecuado y vergonzoso...

Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que esconder sus piedras preciosas en capas y capas cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro, hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar. Pasó entonces por allí un sabio al que le gustaba sentarse a la sombra de los árboles del huerto y que, sabía tanto, que entendía hasta el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntar una por una:

-¿Por qué no eres como eres por dentro?

Y ellas iban respondiendo:

-Me obligaron a ser así.

-Me fueron poniendo capas...

-Incluso me puse algunas para que no dijeran... Algunas tenían hasta diez capas y casi no se acordaban de por qué se pusieron las primeras.

Al final, el sabio se puso a llorar; y, cuando la gente le vio llorando pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas inteligentes: Por eso, aún hoy, todos siguen llorando cuando una cebolla nos abre el corazón.

No hay comentarios: